sábado, 9 de julio de 2011

La seducción de la palabra


Nadie puede medir el poder infinito que ocultan las palabras. Su capacidad de seducción se desarrolla en los lugares más espirituales, etéreos y livianos del ser humano. Las palabras arraigan de la inteligencia y crecen con ellas, las palabras viven también en los sentimientos, forman parte del alma y duermen en la memoria.
Las palabras muchas veces descansan y despiertan con la fuerza de los recuerdos descansados, son también los embriones de las ideas, el germen del pensamiento. El lenguaje nos pone en comunicación con nosotros mismos y la manera en que pensamos y razonamos. Las palabras tienen pues un poder oculto por cuanto evocan y su historia forma parte de su significado, pero queda escondida a menudo para la inteligencia y por eso seducen. Así, esa capacidad de seducción no reside en su función gramatical, verbos, sustantivos. Todos por igual pueden compartir esa fuerza.
Las palabras tienen el poder de persuasión y un poder de disuasión. Por medio de ella nacen en un argumento inteligente que se dirige a otra inteligencia. Su pretensión consiste en que el receptor lo descodifique o lo interprete, o lo asuma como consecuencia del poder que haya concedido al emisor.
La seducción parte de un intelecto, sí, pero no se dirige a la zona racional de quien recibe el enunciado, sino a sus emociones.

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